El mea culpa
En verano mi esposo me llevó de vacaciones. Nos fuimos sólo 4 días pero fueron suficientes para darnos una vida de glotones. Comimos (y disfrutamos) de todo. Cervecitas, pescaditos fritos; papas con chorizo; pan con mantequilla y tomate, aceitunas, pastelitos, quesos, etc. Total, que al final regresamos sin menos dinero pero con muchos kilos encima. ¡Qué horror!
Ambos decidimos enfrentar la triste noticia al ver que nuestra ropa no nos quedaba igual. Afortunadamente, como a él le gusta correr, con una semana de ejercicio dijo “adiós” a los kilitos de más, sin embargo, yo no bajaba ni 10 gramos a pesar de no comer prácticamente nada y de llenarme de agua. Tengo cincuenta y cinco años y nunca me ha gustado estar gorda y ahora lo estoy.
Recordé entonces mi libro del doctor Bolio (Que hacen los malditos flacos para estar flacos) y empecé a usarlo de inmediato. Además, comencé a realizar ejercicio diariamente por 30 minutos y bebiendo una media de 2 litros de agua. En cuanto al ejercicio, como tengo broncas en un pie que me impide forzarlo, elegí hacer bicicleta elíptica esos 30 minutos a ritmo moderado hasta completar diariamente 3 kilómetros y, en lo posible, caminar otros 30 minutos tranquilamente. O sea, no estoy hablando para nada de dietas milagro ni soluciones rápidas.

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